Gracias a su prodigioso olfato y su capacidad de retener patrones de comportamiento, los perros son capaces de detectar los cambios más sutiles en su entorno y así saber, a su manera, qué hora es. Mejor dicho, saben cuándo les toca hacer su paseo, cuándo les toca comer o cuando alguien que vive en la casa está a punto de venir.
El más poderoso de estos mecanismos es su extraordinario olfato. Los perros cuentan con un reloj biológico incorporado: la trufa, es decir, su nariz.
Cada ser, tiene un olor único, que procede principalmente de las partículas que se desprenden de la piel. Aunque alguien salga de casa, su olor característico permanece en estas partículas.
Este olor, sin embargo, se va atenuando con el paso de las horas, y ahí entra en juego el arsenal olfativo de los perros. Si los habitantes de la casa siguen unos horarios regulares, la variación en dicha concentración les indica cuánto tiempo ha pasado desde que alguien salió y, por lo tanto, cuándo es probable que regrese.
Esos ciclos de olores son también lo que les permite anticipar actividades diarias que se producen en horas establecidas, como la comida o el paseo.
Además, los perros son maestros de la observación en lo que se refiere al lenguaje facial y corporal y gracias a eso son capaces de relacionar ciertas acciones o expresiones con una consecuencia concreta.
Los cambios mínimos en la expresión facial, el tono de voz y hasta la postura corporal: esa sensación de que el perro sabe cuándo están intentando engañarlo, prometiendo dar un paseo cuando la intención real es bañarlo, es completamente acertada.
Fuente de National Geographic.